L A p I P A D E M I A b U E L O.
Por Apeles R. Ortega.
Publicado en la Revista Bodega Canaria núm 5 de diciembre de 2001
De aquí, por supuesto. Uno se fía de la palabra de quien se lo sirve en el bodegón o en el guachinche, pero en el trasiego de los vinos a granel, e incluso de algunos embotellados con notoria ausencia de datos en la etiqueta, es difícil saber con certeza el origen de lo que bebemos, y muy fácil pasar de la incertidumbre a la sospecha. De mi labor de gacetillero en los periódicos extraigo esta noticia:
Sexagenario detenido por lesiones en una reyerta
“Agentes de la Guardia Civil del puesto de * * * * detuvieron a A.M.D.F., de 63 años de edad e imputado en un delito de lesiones del que fue víctima el propietario de un establecimiento bodegón de la localidad. Según testimonios recogidos por los agentes, el más tarde detenido se presentó en el bodegón, al que había acudido unos días antes a beber, para reclamarle al propietario la devolución del dinero gastado, pues a través de terceras personas se enteró de que el vino que le sirvieron no era del país, sino importado de Chile.
El propietario aseguró que su vino procedía de la misma comarca y se negó a la devolución del dinero, lo que provocó una discusión que degeneró en violencia física, hasta el extremo de que el detenido utilizó una botella con la que golpeó en la cabeza al primero, quien tuvo que ser asistido en un centro de salud de diversos cortes y erosiones.
En su declaración, el detenido confesó los hechos y manifestó que no pudo soportar la idea de que el bodeguero hiciera burla “por haberle pagado a más de mil pesetas el litro un vino de veinte duros”.
La Guardia Civil instruyó diligencias para poner al detenido a disposición judicial como presunto autor de un delito de lesiones, y de lo actuado informó a la Dirección General de Política Agroalimentaria a efectos de inspección.>>
No he podido averiguar si finalmente el peritaje oficial confirmó un engaño que tanto dolor causó al sexagenario protagonista de la noticia. Tanto como para perder la sensatez de la edad y arriesgarse a buscar la desgracia en una pelea tabernaria que pudo degenerar en crimen pasional.
Y si a la edad se le supone sensatez, también se le otorga conocimiento, por lo que cabría decir que el vino de Chile (país, por cierto, con mucha tradición vinícola) es muy parecido al nuestro, pues si no difícilmente engañaría a tantos. Y si es tan semejante, habrá que concluir que no será tan malo como dicen, a pesar de su bajo precio. A lo peor, lo que ocurre es mucho más simple aún: que no tenemos tanto paladar para percatarnos del fraude.
Hay que insistir en que el fraude no está en el vino chileno, pues la libertad de mercado, la oferta y demanda libres son casi sagradas en nuestro sistema económico, sino en ofrecer como del país un caldo que es foráneo, en dar al cliente un producto distinto al que pide y al que cree estar pagando.
Este fraude no deja de ser una variante del más viejo ‑y no por ello menos utilizado en la actualidad‑ de servir valdepeñas, jumillas y prioratos mientras se asegura al cliente que es un vino de aquí, del viñedo que un amigo bodeguero tiene en este mismo municipio, subiendo hacia la cumbre por…
La picaresca la favorece la caída de fronteras comerciales, tanto internas, pues casi todas las regiones de España dan buen vino, como internacionales, pues a los caldos de Chile se suman los de Australia, Nueva Zelanda o California, de creciente presencia en los mercados. Y con calidades y sabores capaces de competir con los nuestros.
El asunto no es nuevo. El ya fallecido Xavier Domingo, uno de los raros que en España han escrito y teorizado sobre el vino y la comida, relataba hace 20 años, en “Cambio 16″, una cata ciega que se había organizado en Francia.
El jurado de finos catadores, todos ellos franceses y chovinistas, dió su veredicto, y para qué fue aquello. Los caldos de Francia quedaron clasificados entre los últimos, entre los primeros había catalanes y castellanos, y el considerado en la cata ciega el mejor de todos ellos resultó ser un tinto procedente de un viñedo de California que, para mayor asombro, era propiedad de… la compañía Coca‑Cola.
Otro dato: durante este año 2001, Chile ha aumentado las exportaciones de sus vinos, que además han bajado de precio a causa de una producción excedentaria. En economía, esto significa que a quien quiera defraudarnos con un vino distinto del que le pedimos, el engaño le saldrá más barato todavía.
Vuelvo a insistir en que vivimos en una sociedad de mercados libres, o más o menos libres, y nada habría que objetar a la importación de vino chileno si este se vendiera como tal y no se hiciera creer al consumidor que procede, por ejemplo, de El Llano de La Matanza de Acentejo, de las cumbres de Güímar o de La Geria lanzaroteña.
Del aumento y la eficacia de las inspecciones, que quizá ofrezcan más garantía que nuestro paladar, dependerá que los desconfiados dejen de creer que la mayor bodega de las islas es el muelle.