Antes que ninguna otra ciudad de América, Boston fue uno de los mejores destinos de los vinos de las Islas Canarias en el siglo XVII. Allí trabajaba Edward Randolph [1632-1703], un inglés de Kent y el administrador colonial de la ciudad y ciertamente un tipo muy odiado. El motivo era el estricto control que ejercía, en nombre de la corona británica, siendo una de sus principales tareas hacer cumplir las actas de navegación británicas, es decir, verificar que los navíos venían con salvoconductos británicos, tripulantes y navíos de aquella nacionalidad.
Cuando tomó posesión de su cargo el 10 de junio de 1676, en su primera semana anotó en su diario la relación los navíos que arribaban en el puerto. El primero era el “Bostoner”de 100 toneladas, capitán Clutter procedente de Nantes y cargado con 50 barriles de brandy francés. El segundo “The Pink” de 70 toneladas también venía de Francia cargado con 12 toneladas de brandy, vino, etc. El tercero era el “Scotman”, de 130 toneladas, procedente de las Islas Canarias con 50 pipas (24.500 litros) de Canary Wine,una cifra nada despreciable.
En 1689 sobrevino la famosa revuelta de Boston. Andros, el gobernador encargado deNueva Inglaterra, se había ganado la enemistad de la población local mediante la aplicación de las restrictivas leyes de navegación, negando la validez de los títulos de propiedad existentes, restringiendo reuniones de la ciudad, y el nombramiento de oficiales regulares impopulares para liderar la milicia colonial, entre otras acciones. Por otra parte, había enfurecido a los puritanos de Boston promoviendo la Iglesia de Inglaterra, que no fue del agrado de muchos colonos inconformistas de Nueva Inglaterra. En el conflicto también Randolph fue detenido y encarcelado.
Tras la revuelta, los vinos de Tenerife siguieron entrando en Boston pues los comerciantes británicos lo demandaban para equilibrar el comercio entre Inglaterra y sus colonias. Una vez más lo que no nos daba nuestro comercio con las Indias españolas nos lo aportó nuestra implicación en el comercio británico.
Un texto de Carlos Cólogan Soriano