La pregunta es casi siempre obligada ¿Por qué franceses, italianos, norteamericanos, australianos, chilenos, argentinos, neozelandeses e, incluso, sudafricanos tienen mejor valorados sus vinos en los mercados internacionales que los españoles? La respuesta es menos sencilla que la patochada habitual de acusar al comercio del vino a granel de ser el causante de tal desdicha.
Más bien sería al revés. Si teóricamente los vinos de menor valor añadido salen del circuito, los grandes vinos españoles tendrían más posibilidad de lucirse y situarse entre los mejores del mundo. Y, sin embargo, no es así.
La primera razón, y una de las más poderosas, es que España no tiene en estos momentos un listado de un centenar de vinos que se hayan posicionado bien en las publicaciones internacionales. Otra razón es que los seguidores del vino a nivel internacional comienzan a estar hartos de que solo se pregonen las bondades de algunas pocas marcas y de dos o tres zonas geográficas. La tercera razón es que las guías españolas, en general, aparte de su escaso alcance, se limitan a ser un pantocrátor como el muestrario de un pintor en el que se nos dice si huele a melocotón, a fruta de la pasión o al refajo de la abuela. Y la cuarta razón es que, a lo mejor, el inmovilismo interesa a algunos que pretenden preservar su protagonismo antes de que alguien venga y les mueva las patatas, en un afán conservador de la peor especie. Pero vayamos por partes, como diría Jack el Destripador.
El hecho de que España no cuente con un listado de un centenar de vinos de nivel en las publicaciones internacionales se debe a una conjunción de desaciertos entre las políticas de promoción de los bodegueros y de organismos públicos españoles como el ICEX que no han sabido hacerlo, agravado por el exceso de protagonismo de las 17 Españas que luchan férreamente por intentar desvincularse de la Comunidad Autónoma de al lado. Y no es solo un problema identitario como el de Cataluña o el País Vasco, ni de saberse creciditos como La Rioja o Castilla y León, es un problema de identidad vino-país. Se habla de vinos franceses, italianos, australianos o norteamericanos por encima de Burdeos, la Toscana, Coonawarra o Sonoma. En España, no. Antes están Castilla-La Mancha, Cataluña, La Rioja o Extremadura, por poner algunos casos.
Los consumidores internacionales ven cómo periódicos serios como New York Times predican las bondades de los vinos de Ribeira Sacra, Canarias o Manchuela, por poner tres ejemplos, y cuando acuden a buscarlos se encuentran con distribuidoras plagadas de riojitis y riberitis y con una representación, en la mayoría de los casos, de vinos de calidad media y escasamente representativa de lo que significan la grandeza de esas dos Denominaciones de Origen.
Buena parte de las guías se dedican a catar los vinos a etiqueta descubierta y con la seguridad de que buena parte de las puntuaciones superiores a 95 puntos ya están decididas de antemano. No ofrecen, además, información sobre la bodega, el paisaje, el suelo, las características propias de cada lagar, las formas peculiares de elaboración de cada enólogo y de cada vino. Lo importante es el aroma a ciruela, a flores de tocador o a la sotana del cura.
Hablar siempre de los mismos vinos y las mismas zonas, sin ampliar horizontes hacia la diversidad y la singularidad, no beneficia a nadie. La ampliación del mercado y la percepción de que España es algo más que dos zonas geográficas y que cinco o seis vinos punteros beneficia a todos. A los vinos de alta gama, a los de gama media y hasta los básicos. Lo demás es tirar piedras sobre nuestro propio tejado.
Fuente: http://www.elcorreodelvino.net/
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