Lo tradicional frente a lo innovador, las normas frente al ensayo, la seriedad frente al atrevimiento, etc, etc, etc. Siempre que opongamos conceptos, en cualquier materia, nos vamos a enfrentar a estas disyuntivas y muchas más. Hablando de vino, en el contexto mundial, nos encontramos con la primera de ellas: los vinos del Nuevo Mundo frente a los vinos del Viejo Mundo. Sería conveniente aclarar, aunque es bastante conocido al menos por los amantes de vino, que denominamos vinos del Nuevo Mundo a los que se producen en continentes, paises y regiones fuera de Europa, de la “vieja Europa”. Por tanto estamos ante botellas que nos han podido llegar desde Australia, Nueva Zelanda, California, Chile, Argentina o Sudáfrica, por nombrar a las zonas más relevantes.
En Europa la vid lleva siglos instaurada como cultivo importante, en especial en Italia, Francia y España, los grandes productores mundiales; precisamente esa “historia” es lo que hace que se hayan formalizado y legislado sobre casi todo lo que rodea al vino, desde el cultivo a la elaboración, envasado y hasta comercialización. Clásicos y puristas en general, algo alejados de las innovaciones y mucho más de los atrevimientos. En cambio en el Nuevo Mundo, como casi todo estaba por hacer y habían grandes maestros y ejemplos europeos a seguir, la vitivinicultura se ha desarrollado con menos estrecheces de miras, con amplias perspectivas de “artistas”, logrando sorprender y muchas veces enamorar a un consumidor un poco harto de siempre lo mismo. Esta especie de revolución enológica ha logrado provocar cambios en nuestras más próximas latitudes, nacimientos atrevidos y excelentes proyectos que nacían desde el escepticismo de quien los veía abocados al fracaso. En España hemos podido ver el claro ejemplo de ello con bodegas que se establecieron en regiones donde antes solamente salían grandes cubas de vinos a granel o elaboraciones para cubrir el mercado más básico del consumo, el vino de mesa o para “cocinar”.
Llegado a este punto puede ser que el concepto de vinos del Nuevo Mundo vaya perdiendo el sentido de las fronteras continentales de América, África o Asia y lo tengamos mucho más cerca. Casi podemos considerar a ese nuevo mundo a todo el que se ha atrevido a innovar, a trabajar de otra manera más libre sus viñedos y, por supuesto, sus elaboraciones; a jugar a presentarnos mucha más carga de frutosidad en los tintos, frescos o con curiosos coupages de variedades, maderas y tiempos de crianzas. Internet -la información total sin fronteras-, el turismo enológico en constante alza, las cada vez más abundantes vinotecas, estén situadas en las grandes superficies o en tiendas especializadas, así como la generalización del consumo por copas en establecimientos de hostelería han logrado que tengamos ocasión de probar, de experimentar nuevos aromas y sabores, extendiendo así la cultura del vino más allá de sus clásicas normas que a todas luces parecen algo obsoletas ya. Luego, a veces, volvemos a los clásicos o simplemente vamos intercalando, de la mano de una gastronomía cada vez más de fusión, ambos mundos, ambos modos de ver y de disfrutar del vino, que en definitiva es de lo que se trata.
¡Viva el Nuevo Mundo!