Las uvas de La Palma, como sus habitantes, son el resultado de un mestizaje largo y reposado.
Se cree que en 1505 se plantaron las primeras cepas en la isla de La Palma, traídas a manos de los conquistadores. La variada procedencia de éstos y de los posteriores colonizadores ha dado lugar a una riqueza varietal inigualable en otras zonas. De Andalucía vinieron los refrescantes racimos de Palomino -hoy llamado Listán Blanco-. De la cuenca castellana del río Duero, el recio Verdejo o Verdello. Del Mediterráneo, vía Portugal, la aromática Malvasía. Y así hasta más de una veintena de cepas de individualísima personalidad, que la tradición insular ha sabido transformar en el néctar de los dioses.
El vino en La Palma cuenta con una larga historia. Ya desde antaño formó parte de un fructífero comercio basado en su exportación a Europa. Como consecuencia, los vinos palmeros fueron citados por grandes escritores de la época, que no dudaron en denominarlos como “néctar de los dioses”. Desde principios del siglo XVI la calidad del vino se impuso de tal forma en los palacios de las principales cortes europeas que nunca faltaba el Malvasía “que alegra los sentidos y perfuma la sangre” según palabras del propio Shakespeare. Goldoni, R. Stevenson, Walter Scott y Lord Byron también alabaron las cualidades de aquellos vinos. Esa justa fama y la privilegiada situación geográfica de la isla, escala obligada de las principales rutas comerciales de aquellos tiempos, originaron un floreciente comercio de vinos convirtiéndolo en la principal fuente de riqueza del Archipiélago.
Esta larga historia se vio coronada con la fundación del Consejo Regulador de la Denominación de Origen Protegida La Palma, que vela por la calidad de los vinos locales. Décadas atrás, con el comienzo del cultivo de la platanera en las zonas costeras de la isla, a mediados de los años cincuenta del siglo pasado, se abandona mucha viña. Es a partir de la creación de la D.O.P. cuando el sector vitivinícola insular sufre una importante transformación, se recuperan viñas abandonadas, se plantan nuevas y el vino comienza a conocerse dentro y fuera de la isla. Dada la especial topografía de La Palma, los viñedos se encuentran, principalmente, en laderas con pendientes pronunciadas, entre los 200 y 1400 metros de altitud, en las que se han construido paredes de piedra seca. En algunos casos, la vid es de conducción rastrera, aunque también es frecuente encontrarla en parras, es decir, enramada en lo alto. La producción vitivinícola de La Palma se articula en tres subzonas: Hoyo de Mazo, Fuencaliente y Zona Norte. Entre la veintena de varietales usados se pueden destacar: Almuñeco, Negramol, Listán, Sabro, Gual, Bujariego y por supuesto la Malvasía Aromática. Actualmente se cultivan aproximadamente unas 1.600 hectáreas.
En la isla se elaboran vinos tinos, rosados, blancos y dulces, así como vinos de tea, cuyo nombre viene de su almacenamiento en barricas (pipas) de madera de tea, que se extrae del pino canario. El Consejo Regulador de la Denominación de Origen La Palma, como ya señalamos, vela por el control y garantía de los caldos elaborados con uva palmera, asimismo se asegura de que hayan sido elaborados, criados y embotellados en La Palma.
El vino de Malvasía.
Para encontrar las primeras referencias de este vino, tenemos que viajar en el tiempo y situarnos unos quinientos años atrás. Entre las variedades plantadas con la llegada de los primeros colonizadores europeos a la isla estaba la malvasía; esta variedad mediterránea se cree fue introducida por los portugueses. Dos siglos más tarde, la extraordinaria calidad del malvasía canario ya era apreciada en las cortes europeas y alabada por personajes como William Shakespeare. Este vino se convirtió en un apreciado objeto de exportación, que reportaba grandes beneficios a la isla y favoreció la aparición de un comercio muy fructífero, sobre todo con Inglaterra. En el siglo XIX llega a Europa la temible filoxera, una plaga de proporciones casi bíblicas que arrasó con una gran parte de la producción del continente. Entre ellas, el grupo al que pertenece la malvasía palmera. Pero el aislamiento de Canarias permitió que las variedades isleñas no se vieran afectadas por dicha plaga. Hoy en día, Fuencaliente y Hoyo de Mazo, son las que más territorio dedican al cultivo de este varietal.
Los malvasías de La Palma son vinos naturalmente dulces. Esto quiere decir que proceden de uvas con una gran concentración de azúcares naturales. En el caso del malvasía dulce de La Palma la graduación alcohólica adquirida mínima debe ser del 13% del volumen, aunque puede llegar en algunos casos hasta el 22%. Se trata de vinos elaborados de forma natural, sin adición de levaduras foráneas, alcohol etílico o mostos concentrados. Presentan una tonalidad ámbar y brillante, y tienen un aroma muy marcado y un suave dulzor.
El malvasía es probablemente el más emblemático y conocido de los vinos embotellados en La Palma. Es un acompañante exquisito para cualquier postre, aunque también puede tomarse solo o acompañando patés, quesos curados y repostería palmera. Es tan exquisito que en catas nacionales especializadas alcanza sistemáticamente las puntuaciones más altas. Del mismo modo, son muchos los galardones y los premios que ha recibido.
El vino de tea.
Estos vinos se elaboran a base de uvas Negramol y Albillo y envejecen en barricas de tea. Se trata de una madera obtenida del pino canario y que les transmite ese característico sabor a resina. Por ese motivo se dice que recuerdan a los griegos “retzinas”, aunque en realidad suponen un descubrimiento único de la enología palmera. Son vinos de color rojo cereza-teja, de aromas frutales y con una graduación alcohólica de entre 11º y 13º. Dentro de la Denominación de Origen Protegida de Vinos de La Palma, la denominación “vino de tea” se aplica en la Subzona Norte a aquellos vinos blancos, rosados o tintos que adquieren sus cualidades al envejecer según el método ya reseñado. No obstante, este tipo de vinos son más tradicionales en su mitad noroeste -municipios de Villa de Garafía, Puntagorda y Tijarafe-.
Fuentes: