Durante el tiempo de su exilio en la isla de Fuerteventura (1924), Miguel de Unamuno asume aquella forzada soledad con muestras de un inquebrantable genio creativo y lo hace, además, “amasando” pensamientos y “fermentando” ideas, escribiendo y describiendo casi sin pausas su vivir en aquella “jaula”, rodeado de mar, acumulando experiencias y sintiéndose alma desterrada. En definitiva, llenando el tiempo y la ausencia con palabras.
A propósito, el número 6 de la revista mensual ilustrada “Canarias en Cuba” -con fecha 28 de junio de 1946- recoge un artículo del intelectual, concretamente el artículo titulado “El gofio. Pan prehistórico”, donde su “encierro” del Hotel Fuerteventura el sabio catedrático reflexiona sobe la naturaleza estética y metafísica de una de las señas de identidad más representativas del acervo cultural canario.
Así, desde un discurso que representa en sí mismo una “mezcla” de rasgos vitales y pellas filosóficas, el pensador y escritos vasco sostiene que el gofio -que considera una herencia de los antiguos pobladores de las islas- representa “el esqueleto del pan”, su precedente prehistórico, en el sentido de que “la vida del pan es la levadura, el yeldo, la fermentación“, explica don Miguel, una característica que para su condición y mentalidad de hombre europeo supone “el signo de la civilización, de la historia”.
En esa particular ideación sobre el microcosmos isleño, Unamuno establece una relación de hermandad entre el gofio y una planta tan singular como la aulaga, especie a la que se refiere como “esa mata esquelética de la que se alimenta el camello“. Y en su reflexión hasta llega a plantearse si “cuando apenas alboreaba la historia” no habría sido un volcán que se iba extinguiendo el que tostara la primera mies de trigo o de cebada, de tal forma que así pudiera explicarse el nacimiento del llamado pan prehistórico.
Desde ese principio, Unamuno fundamenta una génesis que se va construyendo a partir de un conjunto de símbolos conformadores del paisaje, la fauna y la flora que van nutriendo ese carácter adusto, seco y también mágico de una isla como Fuerteventura. Entre esos elementos se encuentra inserto asimismo un tipo humano como el majorero, “a quien el gofio ha debido dar el estoicismo”, un rasgo de su comportamiento que, citando al doctor Chil y Naranjo, distinguía a los antiguos majos.
El gofio encarna, a juicio del pensador español, “el alimento de la austera resignación, de la resignada austeridad”, tomando la definición del carácter de un pueblo que la psicología establece a través de sus hábitos de alimentación, como el caso de “los pueblos de grasa y cerveza o los de aceite y vino”.