“Solamente el necio confunde valor con precio”
Antonio Machado
La expresión mundo del vino refleja que se trata de algo mucho más amplio y profundo que el mero líquido en cuestión. Este mundo también va más allá de las certificaciones de calidad expedidas por las Denominaciones de Origen y de las campañas de marketing que intentan convencernos de las ventajas de adquirir y consumir tales productos. Y no se trata simplemente de apreciar el esfuerzo productivo de los viticultores y bodegueros, su contribución al paisaje y a la creación de empleo. El vino es cultura y ahí radica su valor hoy día.
Siendo muy limitado el peso de este sector en el PIB de la economía canaria, la relevancia de la cultura del vino para Canarias es mayor que esta escueta contribución al flujo económico. Su presencia en la vida y costumbres cotidianas de Canarias durante siglos refleja que está muy enraizada en el imaginario colectivo. Si no fuera por este valor, la viticultura de Canarias ya habría desaparecido como actividad económica. Es por la resistencia y resiliencia de la cultura rural y de las familias de viticultores que podamos seguir contar con este mundo. En este sentido, conservarlo y enriquecerlo es tarea de todos, y la viticultura familiar es su talón de Aquiles y, a su vez, su principal fortaleza.
Aquellos que pretenden interpretarlo –y ordenarlo– como simple actividad industrial de elaboración de bebidas alcohólicas, y quieren subordinarlo a criterios de la eficiencia industrial centrada en las bodegas, corren el peligro de perder el norte. La puesta en valor del vino canario pasa por la identificación emocional y cultural de los canarios con este mundo. La escasa cohesión social y estratégica del propio sector, más el vampirismo del politiqueo para la foto de turno, van en detrimento de este objetivo. Confiemos en que la cultura del vino lo resista una vez más.
Dirk Godenau