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¿El vino lo quiere embotellado o de pata?

  • Publicado en la revista Bodegacanaria (edición impresa de octubre de 2002. Autor; Apeles Rafael Ortega Pérez

La pipa vuelve a viajar. A Maica y a mí nos ocurrió lo que a tantos visitantes que llegan a El Hierro. Nos asombramos y no dimos crédito a lo que veíamos. Nos sorprendieron los paisajes rurales, casi del siglo XIX, sentimos deseos de buscar vivienda para afincarnos allí y no terminamos de creer que estábamos en Canarias, pues veníamos de islas tan lamentablemente afeadas como Tenerife y Gran Canaria.

Esas montañas, esos paisajes todavía cuidados en los que pastan las vacas y hay rebaños de ovejas que cruzan las carreteras y espacios abiertos que sobrevuelan los cernícalos. Dan ganas de saborearlo todo desde el primer día, y hasta las frecuentes camionetas y camiones cargados de pinocha y de hierbas para el ganado traen a la mente el recuerdo de otros tiempos.

El Hierro es, además, una isla vinícola. En casi todas partes hay viñedos y es frecuente encontrar lagares antiguos, que ya llevan muchos años en desuso: en las bodegas modernas prensan la uva con una máquina que exprime el mosto y, al mismo tiempo, separa el engazo, mientras que los bodegueros artesanales, muy numerosos todavía, recurren al método de pisarla.

Este último procedimiento es la causa de que al vino artesanal y despachado a granel lo llamen en El Hierro «de pata», como nos explicaron en el primer establecimiento al que acudimos y nos preguntaron que si preferíamos beberlo «embotellado o de pata».

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En todos los sitios nos preguntaban eso: «¿El vino lo quiere embotellado o de pata?» Rodando por la Isla lo pedíamos de pata, para disfrutarlo y por la curiosidad de probar el de cada bodega o el de cada agricultor, que cada uno le da un sabor particular o una diferencia a las características comunes, como suele ocurrir en todo proceso artesanal.

En nuestra casita -alquilada- de El Pinar, también rodeada de viñas, lo bebíamos embotellado, casi siempre blanco, y de las bodegas Viña Frontera, las más conocidas de la Isla. Nos sentábamos bajo el parral de la entrada y lo disfrutábamos viendo atardecer sobre toda la zona que se inicia en la cumbre, en los pinos de la Hoya del Morcillo, y desciende sobre los viñedos y terrenos de pasto de las medianías hasta alcanzar las lavas de la costa, en La Restinga.

En las tardes despejadas veíamos también la isla de La Gomera y, sobresaliendo detrás de ella, el pico del Teide. Nos hospedamos en un lugar privilegiado.

De nuestras catas sacamos la misma opinión que ya expresó, en el número anterior de Bodega Canaria, Gabriel Blanco Vázquez, enólogo de la Denominación de Origen de El Hierro y de Bodegas Viña Frontera: que «no entran por la nariz, sino por la boca». Aunque carecen de aroma, el nervio de su sabor y de su cuerpo los hacen únicos. Son caldos de color dorado con un tonillo verdoso, muy bien equilibrados, con cuerpo y estructura. Les recomendamos especialmente -es una opinión personal- el blanco Verijadiego y el blanco semidulce.

En El Hierro y en su Denominación de Origen también se encuentra otra marca de vino embotellado, Bodegas El Tesoro, de Valverde, elaborada por Juan Ávila Padrón. Pero de ella no podemos hablar, aunque compramos en un supermercado una botella.

En el momento de probarla nos sorprendió una graduación alcohólica impropia de un vino, casi de coñac. La etiqueta indicaba un 15 por ciento de volumen, que si bien es algo fuerte para el paladar, se quedaba corta para el aguardiente dulzón que contenía la botella.

En la misma etiqueta encontramos la explicación: era de la cosecha de 1994, y los ocho años transcurridos hasta hoy habían alterado sustancialmente el contenido. Los vinos jóvenes son para beber en el año, y no nos explicábamos cómo puede un supermercado vender en 2002 una botella de 1994.

Continuamos nuestra búsqueda de El Tesoro, pero no hubo suerte y todas las botellas de esta marca que encontrábamos eran demasiado viejas. La más reciente, de 1998. Nos quedamos con las ganas de probar la cosecha 2001, que sí nos habría permitido juzgar.

Para disfrutar de la Isla hay que beber de los dos, del embotellado y del de pata. Ambos son excelentes y tienen sus parecidos y diferencias. El primero satisface más al paladar urbano, está más europeizado, aunque sin abandonar el sabor herreño que, a fin de cuentas, lo distingue y le confiere valor. El segundo tiene un sabor más rústico, sin que eso quiera decir que sea peor, pues todo depende del viticultor que lo elabora. Les recomendamos -otra opinión personal- el del pago de Las Vetas.

Eso sí, es más fuerte el de pata y hay que beberlo con prudencia porque entra muy bien y, sin darnos cuenta, podemos perder la moderación. Ya nos lo dijo el camarero de un restaurante de San Andrés, al servirnos uno que provenía del viñedo que el dueño tiene en La Frontera: «Tengan cuidado con él, sobre todo si están en ayunas».

En los restaurantes de la isla ofrecen al cliente de los dos -incluso en uno tan prestigioso como el del Mirador de La Peña-, lo que podría ser un ejemplo para Tenerife, donde la división entre embotellado y granel, entre restaurante y bodegón es, a mi juicio, más estricta. Casi me atrevería a decir que tajante.

No entiendo por qué, pues en Tenerife se organizan concursos de vinos a granel, supervisados por el Cabildo para garantizar el origen y la calidad de los caldos. Y siempre será bueno que el cliente pueda elegir o compaginar entre uno y otro según sus apetencias, deseos o curiosidades en cada momento.

Una explicación quizá sea que El Hierro es una transición entre dos mundos o dos épocas, donde conviven viñedos abandonados, porque no han encontrado el relevo generacional que los atienda, y gente emprendedora que moderniza cultivos y embotella las cosechas. Mejor sería decir transición entre dos épocas, porque el mundo del vino sigue presente en la isla, felizmente, y como en toda transición de un estadio a otro hay cosas de ambos.

En El Hierro también escuchamos anécdotas sobre el vino. Aunque fue en la anterior pipa donde se abordaron las malas consecuencias de conducir bebido, aquí va esta.

Una mañana fuimos a Valverde a comprar los periódicos, al bar La Noticia, y los clientes andaban de risas.  Onésimo, el barman y quiosquero, contaba que hacía un rato había pasado por su local un tipo que se apoyaba en la pared para no caerse y presentaba síntomas evidentes de embriaguez.

El beodo advirtió a los parroquianos que la Guardia Civil tenía montado un control de alcoholemia a la salida de Valverde, en la curva que hay para ir al puerto de La Estaca, por donde había pasado con su coche momentos antes.

-«¿Y no te mandaron a soplar?» -Le preguntaron.

-«No. A mí no. Ellos  saben a quien tienen que parar», respondió mientras se agarraba al borde de la barra para mantener el equilibrio…

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