Ligero, impermeable, natural y de gran resistencia, el corcho impide la filtración de oxígeno, bacterias y microorganismos que puedan alterar y contaminar el contenido de la botella, propiedades de esta magnífica corteza que la hacen insustituible para tapar los vinos de calidad.
Existen documentos que indican antecedentes milenarios del uso del corcho, atribuyéndole a fenicios y romanos el uso de éste, para tapar sus ánforas, usando trozos de corteza de alcornoque cubierto con una sustancia a base de brea, resina o yeso. Esto nos indica que desde la caída del Imperio Romano, hasta la entrada en escena de Dom Pierre Perignon, monje francés del que también se dice que fue el primero en utilizar el corcho para taponar el champagne en Reims, el hombre se había desentendido de la correcta guarda y conservación de los vinos.
Según los historiadores, ya en el siglo XVII, conocedores en materia de conservación del vino basaban su tecnología en colocar en el gollete de las botellas un taco de madera envuelto en fibras de cáñamo y recubierto de estopa fina impregnada de aceite. No sería hasta mediados del siglo XVIII cuando realmente empieza a darse un uso industrial al corcho para cerrar las vasijas de vino que más tarde derivarían en las actuales botellas. Hasta el siglo XIX las innovaciones tecnológicas para la elaboración de tapones fueron escasas, trabajándose el corcho con cuchillos especiales usados por artesanos que, por aquel entonces, gozaban de gran prestigio y posición económica potenciadas por su labor taponera, capaces de realizar del orden de 1.000 a 1.500 unidades diarias; pero ya empezarían a verse las primeras máquinas, muchas de ellas manuales, obviamente condicionadas por las fuentes de energía, que desplazaban la labor de los artesanos motivada por una mayor producción de 3.000 a 4.000 tapones diarios dada la regularización de la boca de los envases que propiciarían la aparición de éstas, las llamadas “máquinas de 1ª generación”. Con el cambio de siglo empezarían a aparecer las máquinas de 2ª generación, inicialmente de motores de gas pobre, forzada por la “Crisis de la Gran Guerra” y posteriormente de energía eléctrica, con una capacidad de producción de más de 10.000 tapones diarios.
Hoy en día existe una magnífica industria montada alrededor del corcho, que no solo se limita a la elaboración de tapones sino, también, a la de planchas para decoración de paredes y suelos, artículos de pesca y deporte, calzados, etc. Actividad que sería imposible de realizar sin la existencia del padre de la materia prima, el alcornoque.
El Alcornoque (quercus suber), es un árbol de hoja perenne de tamaño mediano y crecimiento relativamente lento que se reproduce de forma espontánea a través de su fruto, la bellota, en climas suaves y húmedos, especialmente en la cuenca mediterránea occidental. Necesita poco suelo y es uno de los árboles que facilitan la creación de suelos fértil. De madera dura y pesada su corteza es gruesa, esponjosa y ligera con profundas y arrugadas grietas longitudinales, no alcanzando su plena producción de corcho hasta los 60 u 80 años, con una capacidad productiva de entre 300 y 400 años. Su primera cosecha, llamada desbornizamiento, se realiza entre los 20 y los 30 años y el “bornizo” o “corcho virgen” no es útil para la fabricación de tapones. El “corcho segundero” nombre que recibe la segunda cosecha, y que se realiza transcurridos de 9 a 11 años ( en función de los suelos y la climatología y que es el tiempo que el alcornoque tarda en generar este tejido suberoso), ya es apto para la fabricación de tapones, aunque de mala calidad y no sería hasta transcurridos nuevamente de 9 a 11 años cuando en la tercera cosecha la producción de tapones empieza a ser buena.
La saca del corcho, la “descorcha” siempre se efectúa en verano, que es cuando el árbol está en plena producción y la capa que le une al tronco está en formación casi acuosa, lo que permite un desprendimiento de las planchas con relativa facilidad, operación llevada a cabo siempre por auténticos especialistas que golpeándolo ligeramente con el hacha, con meticuloso cuidado, evitan herir el tronco, retirando la corteza a mano y así garantizarse la calidad de próximas cosechas.
Los principales países productores de corcho son Portugal y España, con el 50,5% y el 22,7% respectivamente y les siguen Argelia con un 10,7%, Marruecos con un 5,3%, Italia, con un 4,2%, Francia con un 3,7% y Túnez con un 2,7%.
Una vez realizada la cosecha, empieza un proceso de acondicionamiento de las planchas que, inicialmente, se almacenan y resecan para reducir su humedad. Luego se someten a un proceso de vaporización con agua hirviendo, para mejorar su elasticidad y cerrar los poros y se dejan nuevamente secar. Con este proceso el corcho aumenta un 30% de volumen, tamaño que se verá compensado con la merma que produce el raspado de la corteza exterior. Tras una nueva vaporización las planchas son cortadas transversalmente a la medida de la altura que se desea para los tapones y máquinas especiales serán las encargadas de extraer los mismos, que serán lavados con agua y otros productos como el cloro, ácido oxálico… y tratados en su superficie con parafina, siliconas en aceite, para facilitar su colocación y hermeticidad en las botellas.
“Sinónimo de calidad de un buen vino es el de tener un buen tapón”…
Un buen corcho debe ser compacto, sólido, de superficies lisas y sin poros. Los tamaños utilizados oscilan entre los 44 y 55 mm. siendo las medidas estándar en España las de 44 mm. para los vinos jóvenes y crianzas y 49 mm. para reservas y grandes reservas. Tiene una vida útil de aproximadamente 15 años, ya que, con el paso del tiempo, va envejeciendo, perdiendo elasticidad y su humedad natural, propiciando la aparición de hongos que transmiten el característico “olor a corcho” al vino, aconsejándose transcurrido este tiempo un cambio de tapón, que con garantías, no alterará las características del preciado líquido. Es conveniente resaltar que el corcho por sí mismo no transmite olor ni sabor alguno al vino.
Para que el corcho tenga una correcta función, la botella deberá estar siempre acostada o boca abajo, en contacto con el vino, para que éste lo mantenga en condiciones de temperatura y humedad constantes. Sabremos si un corcho está bien cuando, al retirarlo de la botella, se valoran su porosidad, su color y la situación de la pigmentación más acusada. Un buen corcho solo presentará manchas en su cara interior, de color oscuras en vinos viejos y de color púrpura en vinos jóvenes. Un color oscuro longitudinal indicaría un escape de líquido y un más que probable contacto con el aire.
Prestar atención al corcho le garantizará saber si el vino que va a beber está en buenas condiciones y recuerde que en los grandes restaurantes, el sumillier siempre deja el corcho al lado de la botella para su inspección.
Publicado en la Revista Bodega Canaria nº2, Septiembre de 2001