Se ha levantado temprano, tanto, que hasta las estrellas que iluminaban el camino estaban sorprendidas. Quiere acabar pronto, porque esta tarde quizás pueda verla por el pueblo. Se quita el pantalón y se queda sólo con el calzón; en este lugar sabe que la soledad puede ser su única compañera. Entra en el lagar descalzo y el vello se le pone de punta, la uva está tan fría que ese instante es casi desagradable, sin embargo sonríe, sabe que no tardará mucho en estar sudando.
Comprueba que el cesto está bien colocado en el extremo de la biquera y quita el tapón en la salida del lagar. Entonces se produce la magia; el mosto, casi del color de la sangre se precipita en la tina y el sonido, su olor intenso, los reflejos de la luz del alba en su superficie, convierten la experiencia en algo embriagador. Le gustaría que ella pudiera sentir esto mismo por él, cuando los dos se cruzan en alguna calle por casualidad. Alza la vista y mira hacia el mar, el horizonte es casi inabarcable. Los Roques están tan cerca y a la vez son tan inaccesibles, casi tanto como ella… Poco a poco mira a su alrededor, ha hecho esto muchas veces, y nuevamente se siente abrumado por la belleza, y como siempre, se le encoge el corazón al pensar que un día, cuando sus piernas cansadas ya hayan recorrido todos los caminos, no pueda regresar a este lugar sino en sus recuerdos.
Agita la cabeza, si continúa así no va a terminar nunca… Empieza poco a poco, casi con miedo, siempre es sorprendente el sentir como la uva se va rompiendo entre el suelo y los pies. Pasado un momento va con más ritmo y su mente vuela hasta sus ojos y la forma en que ella le mira. No sabe cómo ha pasado, pero los tiene clavados en el alma y últimamente lo llenan todo. Regresa a la realidad y se sorprende preparando el primer pie. Ya ha colocado la soga de anea alrededor de la uva y está montando las tablas sobre este curioso «queso». Termina por poner las traviesas bajo la viga y sale del lagar. Agarra un extremo del palo del husillo y tensando los músculos de los brazos y espalda, empuja con todas sus fuerzas. Tras un ligero giro, la piedra se alza ligeramente y queda suspendida en el aire. Él sigue empujando y comienza a caminar alrededor de la piedra, casi como si de un baile se tratara. La piedra sube y la viga baja quejándose por haberla sacado de su sueño. Para y retira el palo del husillo. Aún recuerda aquella vez que lo olvidó y cómo, con vergüenza, tenía que explicar el motivo de los moratones de sus brazos a sus amigos… Mira la biquera y enseguida ve como el mosto vuelve a formar una pequeña catarata roja hacia la tina.
Tendrá que repetir todo el proceso varias veces más. Pero no le importa, según los vaya haciendo, más cerca estará el regreso al pueblo y también la posibilidad de verla. Quizás tenga el valor de decirle algo y puede que hasta le robe una sonrisa. Hoy ya valió la pena levantarse por vivir este instante con la naturaleza, con las tradiciones, con las raíces…, pero si ella ríe con él, habrá valido la pena nacer.
Lagar en La Breña. Las Palmas de Anaga. Teneife. Canarias.
Textos y foto por Juanma Izquierdo