Calidad y origen en un mismo concepto
La Denominación de Origen (DO) es el instrumento idóneo que debe servir para el desarrollo socioeconómico de un territorio rural; en el caso que nos ocupa, un territorio vitivinícola. Constituye por sí mismo el mejor conducto publicitario para transmitir a los consumidores las bondades de los productos amparados por la propia denominación de origen, al ser un elemento de calidad fácilmente reconocible y un vehículo excepcional para resaltar el origen y las características del vino en sí. La Denominación de Origen, a través de la contraetiqueta que la identifica, garantiza unas particularidades como únicas y exclusivas del terroir de referencia donde se elabora el vino. También protege los intereses de los productores –viticultores y bodegueros– al tiempo que transmite una seguridad para el consumidor cuando su elección es un vino con denominación de origen. Pero la Denominación de Origen también amplia su funcionalidad en muy diversos términos que en última instancia son muy beneficiosos para la sociedad en su conjunto.
En primer lugar, los vinos con contraetiqueta de calidad, transmiten una imagen de autenticidad y prestigio que se suma a la propia historia del territorio que representa. Así, cuando tomamos un vino con DO, estamos consumiendo algo más que una mera bebida; estamos tomando un líquido en la que los placeres organolépticos procedentes del territorio concreto están en todo su esplendor, esto es, variedad de vid, característica del suelo, circunstancias climáticas, etc., habidas en la cosecha en cuestión que consumimos. De ahí que ante cada añada, el consumidor esté expectante ante la calidad de la misma.
En segundo lugar, al consumir el vino amparado por la DO, el consumidor está apostando por un paisaje singular, está protegiendo una forma de vida y se convierte en socio activo de dicho territorio. Es un pequeño gesto por parte del consumidor pero que permite que el territorio vitivinícola siga permaneciendo de generación en generación con toda su historia; de hecho, muchos territorios lo han logrado desde hace muchas décadas, y otros luchan por conseguir la marca de calidad que representa la Denominación de Origen, ya que, hoy en día, sigue siendo la mejor tarjeta de presentación para un producto agroalimentario.
En tercer lugar, la protección y el impulso que la Denominación de Origen ofrece al territorio conlleva múltiples beneficios en términos de sostenibilidad medioambiental. El mero hecho de cultivar viñedo ya es un factor importante de lucha frente al cambio climático al ser el propio funcionamiento del viñedo un relevante sumidero natural de CO2 a través de su proceso de fotosíntesis. También las bodegas se convierten hoy en día en perfectos protagonistas de la apuesta por la economía circular en su proceso de adaptación a los nuevos tiempos: el reciclaje del vidrio, el aprovechamiento de los residuos orgánicos del viñedo y el consumo de energía solar son elementos que la sitúan a la cabeza de la innovación tecnológica y económica.
En definitiva, el vino amparado por una Denominación de Origen es un producto que identifica a un territorio, a su gente y a su cultura. El vino con DO conlleva una importante historicidad.