L A p I P A D E M I A b U E L O
Las viñas de Desiderio
POR Apeles R. Ortega
Publicado en la Revista Bodega Canaria num 6, enero de 2002
Desiderio es un viticultor de la isla. Tiene ya 57 años y durante toda su vida el vino, su propio vino, ha sido su principal fuente de ingresos, aunque si la ocasión se presenta también trabaja en la construcción, pues además es maestro albañil. Su vino goza de fama merecida y nunca ha tenido problemas para distribuirlo entre los guachinches, los bodegones y los restaurantes populares que lo despachan a granel. Incluso él mismo dedica dos o tres meses al año a servirlo en los bajos de su casa autoconstruida, para redondear los ingresos de la familia.
Desiderio se ha ganado el prestigio entre los amantes del vino gracias a toda una vida de conocimientos agrícolas, casi todos empíricos, y a su propia memoria de usos vitícolas y vinícolas, pues el cien por ciento de su suministro es con uvas de su propia finca, que ha ampliado a lo largo de los años con la compra de terrenos colindantes. En su cabeza controla todas las características y necesidades del terreno, de la viticultura y de la vendimia, lo que le permite obtener un vino de origen definidísimo, con rasgos de originalidad y personalidad.
Por si fuera poco, su vino también es producto de un trabajo esmerado en el cultivo y la recolección, y ofrece una estrecha relación entre la viña y la bodega, donde Desiderio se desvela por controlar todo el proceso de fermentación. El resultado final no puede ser otro que un vino de calidad singular, cuyas características cualitativas están ligadas al microclima propio del lugar de obtención de las uvas.
Pero no todo es alegría. Desiderio ve con temor que el final amenaza a este universo vinícola salido de su cabeza y de sus manos. A pesar de su trayectoria consolidada y de que su fama consigue, todavía, que personas de comarcas alejadas acudan a comprarle vino, cada vez encuentra dificultades mayores para venderlo y los obstáculos se amontonan.
Los restaurantes populares se están pasando poco a poco al vino embotellado porque, le explican a Desiderio, “la clientela es gente urbana, de la capital, que no conoce y sólo se fía de las etiquetas con denominación de origen. Y la verdad, a nosotros nos resulta más cómodo, nos da menos trabajo”.
Aunque Desiderio ‑nombre rural, muy acorde con su carácter‑ ha pensado alguna vez en embotellar su vino, y hasta en inscribirse en el consejo regulador de la denominación de origen de su comarca, lo han asustado la complejidad burocrática, el desconocimiento de un mundo empresarial que no controla y el previsible requisito de abandonar los métodos de cultivo y elaboración en los que es un maestro en favor de otros que apenas conoce y que, por añadidura, estima que no serán los más apropiados para el suelo y el microclima de su finca, y hasta teme que ahora ocurra con su vino lo que tradicionalmente ha sucedido en la agricultura: que sea más negocio para el intermediario, el exportador o el comerciante, que para el agricultor. A él, que lleva toda la vida comerciando su vino gracias a la palabra dada, juzgando a las personas por su capacidad para mantenerla y tejiendo una complicada red de relaciones personales en la que se desenvuelve con naturalidad…
Además, la continuidad en el trabajo ‑de la cabeza y de las manos‑ en la finca se presenta complicada. Sus cuatro hijos varones se han ido buscando la vida fuera del oficio familiar ‑uno es chófer de la guagua, otro prepara el ingreso en la policía municipal del pueblo y los otros dos se dedican a la construcción‑ y son poco proclives al conocimiento vinícola y nada al trabajo en las viñas ‑“aunque para bebérselo se apuntan los primeros”, lamenta nuestro amigo‑ y sueñan todos con construirse sus futuras casas en los terrenos de las uvas.
La hija de Desiderio, María Iluminada ‑a sus padres no les entraban en la cabeza ni los nombres aborígenes ni los extranjeros‑, ha sido la única con inclinaciones por el estudio y la única que ha heredado el amor por el vino de calidad. Además, es el miembro de la familia que representa la modernidad, en algunas ocasiones y aspectos con gran escándalo de los demás, “pero bueno, todos los espantos se curan con el tiempo”, como dice Desiderio.
De mentalidad poco conformista, María Iluminada sueña, o para definir mejor su carácter, ambiciona embotellar el vino de su padre, con una etiqueta elegante en la que se lea “Viñas de Desiderio”, en homenaje al trabajo de toda una vida, y una contraetiqueta con las características organolépticas y la localización geográfica de lo que sería la denominación de origen de una sola finca con su propia memoria y sabiduría de usos vitícolas y vinícolas, al estilo de los grandes Vinos de Pago o Vinos de Heredad que el Ministerio de Agricultura está independizando en la península de las habituales y más genéricas denominaciones de origen.
Está convencida de que se podrían comercializar unas 5.000 botellas al año, con mucho trabajo inicial de promoción y distribución directas, dentro y fuera de la isla, incluso fuera de las islas, y ya anda engolfada con los estudios de viabilidad. Desiderio se debate en la duda y no duerme, pues la idea de María Iluminada lo entusiasma ‑“algo habrá que hacer, y esta chica tiene más cabeza que sus cuatro hermanos juntos”‑ y lo asusta ‑“soy un mago que no entiende ni de papeleos, ni de bancos, ni de industrias, ni de redes comerciales”‑ a partes iguales.
Es natural que la angustia le quite el sueño. Se trata de una apuesta muy fuerte del universo vinícola que él ha creado con el trabajo de su cabeza y de sus manos por la supervivencia en el tiempo futuro. De una apuesta del viticultor y bodeguero tradicional que tiene un vino singular por convertirse en un empresario vinícola que además es dueño y productor de su materia prima. De jugarse a una sola carta que la vida es posible fuera de las denominaciones de origen genéricas y de las grandes cooperativas embotelladoras que hegemonizan poco a poco el mercado.
Es cierto que las denominaciones de origen sólo han traído beneficios y prosperidad a un sector que languidecía antes de su aparición en Canarias, y también lo es que han elevado el prestigio de los vinos canarios fuera del archipiélago y, por tanto, es necesario continuar con su labor y fomento. Todo esto queda fuera de duda.
Pero el sol brilla para todos y también hay que darle una salida a los, todavía, docenas de Desiderios que hacen vino de calidad suprema, para que sus viñas les sigan reportando un beneficio económico que los anime a conservar el cultivo ‑nadie se queja del trabajo duro si le da beneficios‑, sigan deleitando los sentidos de todos con unos caldos únicos y continúen conservando y refrescando un paisaje que también es de todos, en vez de dejar paso a un montón de caserones autoconstruidos por sus herederos o de chalés adosados promovidos por inmobiliarias.