L A P i P A D e M I A B u E L O
Publicado en la Revista Bodega Canaria 3, octubre de 2001
En el pago de Acusa Verde
POR Apeles R. Ortega
El humo de la pipa trae ahora aromas de película de carretera, de road movie. Ese género en el que la gente termina sintiéndose a gusto a fuerza de moverse, de viaje iniciático y de descubrimientos. Maica y yo rodábamos por Gran Canaria en lo que pretendía ser eso, un viaje iniciático por los vinos de una isla que tiene dos denominaciones de origen. Parecerá que queríamos descubrir la pólvora, pero hablamos de descubrimiento para un palmero de mediana edad, afincado desde hace 30 años en Tenerife, y para una grancanaria también residente en Tenerife.
La suerte se resistía y no hallábamos vinos grancanarios ni en restaurantes, ni en guachinches, ni en fogones de carne a la piedra. En todas partes sólo nos hablaban de las bondades de los vinos tinerfeños, incluso en Monte Lentiscal, donde tampoco encontramos caldos de esta denominación de origen. Un escéptico nos dijo que su producción es muy reducida, “hecha con las viñas que los ricos de Las Palmas cultivan en los jardines de sus chalés”.
Monte Lentiscal arriba nos perdimos por los pagos de Gamonal, Portada Verde y Gargujo, en Santa Brígida. Carreteras estrechas, laberinto de caminos vecinales entre huertas y fincas con muchos cultivos para las ensaladas, pero ni una sola viña. “Aquí no tenemos vino”, nos comentó otro escéptico.
Lo mismo ocurrió desde la Vega de San Mateo y Tejeda hasta la cumbre de Artenara, desde la que pretendíamos bajar por el parque natural de Tamadaba, sin esperanza ya de encontrar unos vinos que, vistos los antecedentes, también serían un descubrimiento para los grancanarios, a pesar de que las dos denominaciones de origen de la isla y las marcas comerciales que las representan figuran en las guías que edita el Gobierno de Canarias.
Tamadaba es una soledad inmensa, montañosa, muy erosionada y casi deshabitada. En el pago de El Risco viven menos de doscientas personas y en el resto del parque natural se ven algunas casas aisladas desde una carretera que obligaba a dominar el vértigo, llena de curvas junto a barrancos y acantilados.
Hambrientos ya, llegamos al pago de Acusa Verde y nos detuvimos junto a una casa‑cueva solitaria, excavada a ras de la carretera en el acantilado. La causa fue el olor a cocina que salía de dentro y el letrero colocado en la fachada de cemento: Bar El Chorro.
Nos recibieron unas estancias coquetas y acogedoras, excavadas al estilo de las casas‑cueva del sur de Tenerife. Maica agradeció la frescura del interior, después de sufrir el sol despiadado de Tamadaba, y la señora del bar nos ofreció unos rones ‑estábamos en Gran Canaria‑ mientras se iba a la cocina a prepararnos una carne de cabra de la que ya disfrutaba una pareja, con aspecto de motoristas, que ya comía dentro.
Con este plato popular y campesino llegó la sorpresa vinícola. Una botella al margen de cualquier denominación de origen, pero con toda una declaración de intenciones en la etiqueta: “Artenara, cumbre de la naturaleza. Vino cosechado en Artenara y elaborado en la bodeguilla El Solapón para la distinguida clientela del bar El Chorro, en Acusa Verde. Cosecha 2000”.
Era vino blanco, de uva Gual, con algo de aroma afrutado y un sabor honesto y lo bastante fuerte para acompañar un plato de carne, a pesar de no ser tinto. Hacía buen maridaje con la carne de cabra que preparó la señora del bar, sabrosa y, a diferencia de lo usual en Tenerife, nada picante.
En la sobremesa disfrutamos de una segunda botella para honrar nuestro inesperado descubrimiento en la escondida Acusa Verde, ese pago deshabitado en medio de la nada. Es cierto que el descubrimiento fue pequeñito, una iniciación incompleta, pero que anima a continuar la investigación sobre esos desconocidos en Tenerife, y también en Gran Canaria, que son los vinos grancanarios.
Compramos una tercera botella de recuerdo y seguimos nuestra ruta. Fuera estaban las motos de la pareja. El polvo del viaje que las cubría, la funcionalidad de sus accesorios y el aspecto usado no las convertía en vehículos relucientes para dejarse ver en los bulevares, sino en máquinas para quienes aman rodar por la carretera y, tal vez, no quedarse mucho tiempo en ninguna parte.
Con esa tercera botella tuvimos suerte y no se mareó en el barco que nos trajo de regreso a Tenerife. Como a nadie le apetece cocinar después de un viaje, nos la bebimos en casa con la comida que encargamos en un restaurante chino que hay en Bajamar. La llamada globalización hace que China nos envíe su comida, pero todavía no ha logrado que los vinos grancanarios lleguen a Tenerife. Ni siquiera que se conozcan en Gran Canaria.
Dedicado a Maica, la mejor compañera de viajes.